Nos duele la verdad callada entre las sábanas,
provocan sed los besos de costumbre
y demasiado hielo la ausencia de gemidos.
La rutina golosa absorbió lo que había
y con un sabio enojo nos saca del encierro
porque no se sostiene con muestras de ternura.
Enfrente, nos estalla lo que fuimos,
y una sonrisa falsa, sin colores,
simula un arcoíris obligado en el cielo.
Tus ojos no me ven aunque me miren,
tus manos que me tocan, no saben de caricias
y así seguimos, dando porciones de esa nada,
compartiendo los guantes y las gafas oscuras,
viendo como se va lo que llamamos nuestro.
Me conoces y sabes que soy de pocas vueltas,
te conozco y comprendo que no quieras palabras,
en tu espalda gigante leo la despedida
y es triste comprobar que ni siquiera importa.